El empeño en traer la atención a la respiración una y otra vez me conduce algunas veces a sentir una quietud interna gozosa. Es un estado que cuando ocurre me siento conectada a mi eje, a un centro que me resulta gratificante y fácil de reconocer cuando estoy en él ya que la mayor parte del tiempo ando identificada con mis fantasías y pensamientos, yéndome con las charlas que surgen en mi mente.
Esta quietud a la que me he referido antes me proporciona el espacio mental suficiente como para permitirme atender pensamientos y sensaciones corporales que muchas veces reconozco como emociones a las que puedo poner nombre, notando como si al haber más espacio entre dichas emociones y pensamientos y mi eje, se hacen más llevaderas y puedo observar que este eje lo puede contener todo y a la vez no sucede nada de todo eso.
Para que un cambio suceda parece que no basta siempre con quererlo.
Durante dos días de fin de semana en Próvarma, Chania (Creta), asistiendo como participante en un grupo de psicodrama, he vivido una experiencia de silencio y contacto con el vacío «fértil» profunda.
Por ejemplo, trabajando el sueño de X en una sesión de terapia individual, salían cuatro personajes clave que pedí a X que situara como creyera conveniente en la sala usando cojines en representación de aquellos personajes. Una vez los hubo situado le dije que se pusiera encima de cada cojín reviviendo emociones, sensaciones, frases que decía el personaje en el sueño ampliando a lo que le surgiera a X en ese momento. Todo esto en tiempo presente y en primera persona, como si estuviera sucediendo en el momento de la sesión.
Me siento bastante libre en mi proceso de individuación, manejándome de una forma nueva, sin seguir tanto los patrones aprendidos de cómo hay que vivir la vida: invento mi vida.