El empeño en traer la atención a la respiración una y otra vez me conduce algunas veces a sentir una quietud interna gozosa. Es un estado que cuando ocurre me siento conectada a mi eje, a un centro que me resulta gratificante y fácil de reconocer cuando estoy en él ya que la mayor parte del tiempo ando identificada con mis fantasías y pensamientos, yéndome con las charlas que surgen en mi mente.
Esta quietud a la que me he referido antes me proporciona el espacio mental suficiente como para permitirme atender pensamientos y sensaciones corporales que muchas veces reconozco como emociones a las que puedo poner nombre, notando como si al haber más espacio entre dichas emociones y pensamientos y mi eje, se hacen más llevaderas y puedo observar que este eje lo puede contener todo y a la vez no sucede nada de todo eso.
En cuanto a la consigna propia de la meditación que se refiere a «la aceptación de lo que surge a la consciencia», a veces me ocurre que me creo que estoy aceptando que un pensamiento se quede un rato en mi punto de mira, especialmente es notorio cuando lo califico como negativo, cuando en realidad sólo hay en mí una voz que dice: «ya te he visto pensamiento, ya te puedes ir», o sea, lo estoy apartando de mi consciencia, no lo estoy aceptando, no lo abrazo, le estoy invitando a irse con cierta brusquedad, como diciendo: «ya te he visto, vete, no me molestes más que estoy en algo más importante como atender a la respiración y esperando algo mejor». La aceptación requiere suavidad, como un vaivén amoroso que entra y sale y yo, mi eje, lo acepta tal cual es y tal cual entra y sale de mi consciencia: «ah, estás aquí pensamiento, de acuerdo, te veo». En este momento el pensamiento se debe de sentir visto y reconocido, ya que para eso llamaba mi atención y es más posible que se transforme en otro pensamiento o que se vaya y me deje espacio para observar lo siguiente que se presente a mi consciencia. Así que es una acción muy diferente la de aceptar y la de evitar, aunque la línea a veces sea sutil.
Otra manera de referirse a esta consigna es obedeciendo a «no cambiar nada de lo que se presente a la consciencia»: es dejar que las cosas son como son en este momento, mientras sigo prestando atención a la respiración. No cambiar nada no significa que no cambiaré nada en un futuro, cuando mi escenario vital sea más ideal o más perfecto o más agradable, que entonces ya estaré lista para no cambiar nada.
En realidad se trata de no cambiar nada ahora, abrazando este presente tal cual es en este momento incluso si me estoy peleando por sustituir un pensamiento por otro o evitarlo o cambiar un estado de ánimo por otro, también estar abrazando este momento aceptándolo tal cual se manifiesta, a la vez que regreso de nuevo a tender a mi respiración. La sensación de mi eje sigue intacto y sigue observando los movimientos que se me presentan ahora.
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